¡Oh bienaventuranza fértil de los que saben ir gimiendo y llorando desprecativamente, como en la Salve, que es un óleo y una fuente!
Yo también supe antaño de la bondad del cielo que en mis acerbos pésames llovía, y compuse mi Salve, con la fe de un cruzado bajo los muros de Antioquía.
Mas hoy es un vinagre mi alma, y mi ecuménico dolor un holocausto que en el desierto humea. Mi Cristo, ante la esponja de las hieles, jadea.. con la árida agonía de un corazón exhausto.
¡Señor, Tú que colocas resina en la corteza impenitente y agua entrañable en las adustas rocas, hazme casto y humilde para poder llorar la bienaventuranza de aquel llanto deshecho que fertiliza lava el pecho, y verás cómo mi alma se atavía y trueca su congoja en alborozo para escalar los muros de Antioquía!
Publicado en General by Alberto Thirion en Marzo 17th, 2008
A LA PATRONA DE MI PUEBLOSeñora: llego a Ti desde las tenebrosas anarquías del pensamiento y la conducta, para aspirar los naranjos de elección, que florecen en tu atrio, con una nieve nupcial… Y entro a tu Santuario, como un herido a las hondas quietudes hospicianas en que sólo se escucha el toque saludable de una esquila.
Vestida de luto eres, Nuestra Señora de la Soledad, un triángulo sombrío que preside la lúcida neblina del valle; la arboleda que se arropa de las cocinas en el humo lento; la familiaridad de las montañas; el caserío de estallante cal; el bienestar oscuro del rebaño, y la dicha radiante de los hombres.
Señora: cuando ingreso a la comarca que riges con tus lágrimas benévolas, y va la diligencia fatigosa sobre la sierra, y van los postillones cantando bienandanza o desamor, súbita surge la lección esbelta y firme de tus torres, y saludo desde lejos tu altar.
Tú me tienes comprado en alma y cuerpo. Cuando la pesarosa dueña ideal de mi primer suspiro, recurre desolada a tus plantas, y llora mansamente, nunca has dejado de envolverla en el descanso de tus hijas predilectas. Me acuerdo de una tarde en que, como una reina que acaba de abdicar, salía por el atrio de naranjos y llevaba en la frente el lucero novísimo de tu consolación.
Confortándola a Ella, Tú me obligas como si con la orla dorada de tu manto, agitases un soplo del Paraíso a flor de mi conciencia. Porque siempre un lucero va a nacer de tus manos para la hora en que Ella te implore, Tú me tienes comprado en cuerpo y alma.
En las noches profanas de novenario (orquestas difusas, y cohetes vívidos, y tertulias de los viejos, y estrados de señoritas sobre la regada banqueta) hay en tus torres ágiles una policromía de faroles de papel, que simulan en la tiniebla comarcana un tenue y vertical incendio.
Y yo anhelo, Señora, que en mi tiniebla pongas para siempre una rojiza aspiración, hermana del inmóvil incendio de tus torres, y que me dejes ir en mi última década a tu nave, cardíaco o gotoso, y ya trémulo, para elevarte mi oración asmática junto al mismo cancel que oyó mi prez valiente, en aquella alborada en que soñé prender a un blanco pecho una fecunda rama de azahar.
En los claros domingos de mi pueblo es costumbre que en la Plaza descubran las gentiles cabezas las mozas, y sus ojos reflejan dulcedumbre y la banda en el kiosko toca lánguidas piezas.
Y al caer sobre el pueblo la noche ensoñadora, los amantes se miran con la mejor mirada y la orquesta en sus flautas y violín atesora mil sonidos románticos en la noche enfiestada.
Los días de guardar en los pueblos provincianos regalan al viandante gratos amaneceres en que frescos los rostros, el Lavalle en las manos,
camino de la iglesia van las mozas aprisa; que en los días festivos, entre aquellas mujeres no hay una cara hermosa que se quede sin misa.
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